(Narciso. Michelangelo Caravaggio. 1594-96)
Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron
desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarlo.
- ¡Oh! – les respondió el río – aun cuando todas mis gotas de agua se
convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a
Narciso: yo lo amaba.
- ¡Oh! – prosiguieron las flores de los campos –
- ¿Cómo no ibas a amar a Narciso?
- Era hermoso.
- ¿Era hermoso? – preguntó el río.
- ¿Y quién mejor que tú para saberlo? – dijeron las flores -
- Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su
belleza…
- Si yo lo amaba – respondió el río – es porque, cuando se inclinaba sobre
mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.
Fuente: Cuento corto de Oscar Wilde. Escritor, poeta y dramaturgo.
( Dublín, 1854- París 1900 )
2 comentarios:
Que hermoso relato, q recuerdos entranables de cuando me asomaba tambien a las cristalinas aguas del rio donde me crie. Me encanta Oscar Wilde y me ha encantado tu entrada. Gracias por haberme traido hasta tan lejos un pedacito de otro tiempo.
Aunque este relato ya lo conocía (a través de Paulo Coelho, que lo cita en el prólogo de su libro "El Alquimista") siempre es bueno recordarlo porque siento que nos retrata íntimamente, en nuestro total y absoluto ego-centrismo, lo digo con mucho respeto.
Por eso cuando algo o alguien nos gusta, o nos disgusta, ese algo o alguien tiene características que nos representan. Puede sonar muy exagerado, pero al fin siempre se cumple.
Gracias querida Edelia, por compartirlo.
Un abrazo muy grande
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