"La vida ante si". (Romain Gary).
Romain Gary juega con su propia identidad. Escribe escondiéndose bajo diversos seudónimos. Como Émile Ajar escribió cuatro novelas, pero siempre negó que fuera él. Fue después de su muerte cuando su sobrino hizo público que era él el autor de esas novelas.
En este libro Momo, un niño musulmán huérfano, cuenta su estremecedora historia al lado de la señora Rosa, una anciana judía superviviente de Auschwitz, que acoge a los hijos de las prostitutas en su pensión clandestina en Belleville, suburbio parisino. Aquí en esta escalera malviven emigrantes ilegales y toda suerte de perdedores.
Momo no tiene a nadie en el mundo y, cuando ve a la señora Rosa decrépita y llena de achaques, intenta luchar con todas sus “armas” contra esas enfermedades que van consumiendo a la vieja prostituta.
A través de la mirada de Momo, enfrentado prematuramente a la crudeza de la vida, te sumerges en las reflexiones de un niño que habla de su mundo, del racismo, de la soledad y del miedo, con una rara mezcla de humor, ingenuidad y ternura. El resultado es que te encuentras ante un ser de una enorme grandeza humana.
Leyendo este libro hay momentos en los que podrías llorar, pero hay otros en los que no puedes evitar dejar asomar una sonrisa en los labios y otros muchos en los que quedas prendado, subyugado y atraído por la candidez del protagonista .
Dice Momo:
"Lo primero que puedo decirles es que vivíamos en un sexto piso sin ascensor y que para la señora Rosa, con los kilos que llevaba encima y sólo dos piernas, aquello era toda una fuente de vida cotidiana, con todas las penas y los sinsabores. Así nos lo recordaba ella cuando no se quejaba de otra cosa, porque, además, era judía. Tampoco tenía buena salud, y otra cosa que puedo decirles es que era una mujer que merecía un ascensor”.
“La primera vez que vi a la señora Rosa tendría yo tres años. Antes de esa edad no se tiene memoria y se vive en la ignorancia. Yo dejé de ignorar a la edad de tres o cuatro años y a veces lo echo de menos”.
“Había en Bellville otros muchos judíos, árabes y negros, pero la señora Rosa tenía que subir seis pisos ella sola. Decía que el día menos pensado se moriría en la escalera y todos los chiquillos se echaban a llorar, que es lo que se hace cuando se muere alguien. Unas veces allí éramos seis o siete y otras veces más. Yo me llamo Mohamed, pero todos me llaman Momo, que es más de niño...".
Quizás su perrito “Súper” era la única propiedad de Momo. Le quiere, le cuida, le habla… Pero un día decide desprenderse de él. Así lo cuenta el protagonista:
“Le vendí a Súper por quinientos francos, y para él fue realmente un cambio ventajoso. Le pedí quinientos francos a la buena mujer porque quería estar seguro de que contaba con medios. Acerté porque tenía hasta coche con chofer y enseguida metió dentro a Súper, por si yo tenía padres que pudieran protestar. Y ahora, aunque no me crean, les diré que cogí los quinientos francos y los tiré a una alcantarilla. Después me senté en la acera y me puse a llorar como un desesperado apretándome los ojos con los puños, pero feliz. En casa de la señora Rosa no había seguridad, todos vivíamos pendientes de un hilo, con la vieja enferma, sin dinero, y con la amenaza de los Servicios Sociales. No era vida para un perro."
Y sigue diciendo Momo:
"Durante mucho tiempo no supe que era árabe porque nadie me había insultado".
"En casa de la señora Rosa casi todos éramos hijos de puta. No podría decirles la cantidad de hijos de putas que pasaban por casa de la señora Rosa".
"La vida ante sí" ganó el Premio Goncourt en 1975, sin que el jurado supiera que el verdadero autor, Romain Gary, era quien se ocultaba tras el seudónimo Emile Ajar.
1 comentario:
Muy interesante los textos que has escogido, querida Edelia.
Y una poderosa carga emocional.
Me quedé pensando en la construcción de la identidad del autor. ¿Tendrá relación con la historia de Momo? ¿será esa la vida que el autor tuvo ante sí?
Lo que es claro es que conoce muy bien el sufrimiento humano.
Por otra parte, esto de jugar con su identidad para burlar un jurado, puede ser también una manera de protestar contra lo establecido.
Un abrazo, Edelia
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