Agradecer es reconocer e integrar. En la gratitud se genera un doble
movimiento. Por un lado, reconocemos al otro, nos acercamos a él en un gesto
siempre interno y a veces externo, manifiesto; como la palabra indica, al
reconocerle amablemente, le volvemos a conocer y accedemos a una nueva
dimensión de la relación que nos une. Y por otra parte, cuando nuestra gratitud
es espontánea y sincera, tomamos aquello que nos es dado y lo llevamos a
nuestro interior. El objeto de gratitud, desde ese instante, pasa a formar
parte de nosotros.
La gratitud nace de la conciencia y en ella la memoria juega un papel
esencial. Por ese motivo, el necio es desagradecido ya que es incapaz de
reconocer el valor que procede del otro. Porque la vanidad no quiere saber nada
de la gratitud. El vanidoso, el narcisista y el egoísta son ingratos. A lo sumo
su gratitud es interesada: la expresan esperando mayores favores. Porque aquel
que está encerrado en su propia autosuficiencia y en las corazas inconscientes
de sus complejos, no tiene memoria, no quiere tenerla; luego, no quiere
reconocer. No porque no le guste recibir, sino porque la gratitud implica
manifestar la gracia del otro, lo cual no encaja en su ecuación existencial.
En el extremo opuesto, el ser humano lúcido puede sentirse abrumado,
conmovido, por todo cuanto recibe. Es así que experimenta la gratitud por la
vida, por la salud, por la existencia del ser amado, por el libro que revela,
por el paisaje que le conmueve o el recuerdo que le da sentido. Pero también
siente gratitud por las pequeñas cosas que son grandes placeres: la
conversación amena, el gesto amable, la mirada cómplice, la caricia casi
imperceptible pero deseada…”
Alex Rovira.
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