Su lectura ha sido tierna, sagaz, a veces irónica, otras divertidas y siempre inteligente. Muriel nos presenta en este libro, entre otros muchos personejes, dos mujeres sumamente solitarias: Renée y Paloma. Con ellas pone de manifiesto la autora la dificultad de algunos seres humanos para entablar relaciones.
Paloma hija de un matrimonio que habita en uno de los pisos de un inmueble burgués de París, escribe un diario secreto en el que vierte sus "pensamientos profundos", alguno de ellos muy interesantes.
Pero a mi la que me ha cautivado ha sido Renée, la portera del citado edificio. Cito palabras textuales de cómo se describe ella misma:
"Me llamo Renée. Tengo cincuenta y cuatro años. Desde hace veintisiete, soy la portera del número 7 de la calle
Grenelle, un bonito palacete con patio y jardín interiores.
Soy viuda, bajita, fea, rechoncha, tengo callos en los pies y también, a juzgar por ciertas mañanas que a mí
misma me incomodan, un aliento que tumba de espaldas.
No tengo estudios, siempre he sido pobre, discreta e insignificante.Vivo sola con mi gato, un animal grueso y
perezoso. Ni uno ni otro nos esforzamos apenas por integrarnos en el círculo de nuestros semejantes. Como rara
vez soy amable, aunque siempre cortés, no se me quiere, si bien pese a todo se me tolera porque correspondo
bien a lo que la creencia social ha aglutinado como paradigma de la portera de finca.
Y como en alguna parte está escrito que las porteras son viejas, feas y ariscas, también está grabado en letras de
fuego en el frontón del mismo firmamento estúpido que dichas porteras tienen gruesos gatos veleidosos que se
pasan el día dormitando sobre cojines cubiertos con fundas de crochet.
Asimismo, también está escrito que las porteras ven la televisión sin descanso. Tengo la inmensa suerte de ser
portera en una residencia de mucha categoría. Era para mí tan humillante tener que cocinar esos platos infames
que se cocinan en las porterías, que fue para mi un inmenso alivio la intervención del señor de Broglie, el
consejero de Estado del primero, que me animó a erradicarlos para evitar en la finca ese tufo plebeyo que
invadía el inmueble. Disimulé lo mejor que pude para simular una obediencia forzosa........"
Renée lleva mucho tiempo fingiendo que es una mujer inculta, vulgar. Así la suponen todos.
Pero bajo esa apariencia poco agraciada se esconde una experta conocedora de la gramática, una
conocedora de los grandes pintores de todas las épocas, lectora fiel de Tolstói, que escucha
siempre que puede a Mozart y que le encanta el cine japonés de Ozu.
¿Por qué ese empeño en que nadie sepa sus verdaderas aficiones y en demostrar su incultura?
En la lectura del libro queda claramente manifiesto. Yo no debo revelarlo.
Es claro que la autora quiere demostrar que la inteligencia es algo transversal a todos los estratos sociales.
1 comentario:
Leí el libro el año pasado y también me cautivo el personaje de Renée. Sin duda una visión del mundo distinta a los tópicos al uso y por ello mucho más interesante.
Besos
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