|
Cada año pone en tu faz una máscara.
Este, alegre; aquél, otro triste; el venidero, gesticulante y ridículo.
Cada año pone tu máscara, y se va ...
Pero tu yo impasible, sólo conocen los dioses, sabe que él no es la máscara; que él ni sonríe, ni llora, ni gesticula.
Tu yo, al verse en el espejo a través de las ventanas cada vez menos luminosas de los ojos, se dice a sí mismo: "He aquí el antifaz nuevo que me ha puesto la vida", ... Y sigue pensando en otra cosa.
|
Muchas de tus máscaras han quedado por largo tiempo en las fotografías. Durarán más de lo que merecen. Pero ninguna ha sido en ningún momento la expresión exacta de tu yo.
Que esto te enseñe a buscar en los hombres la fisonomía interior, la fisonomía escondida.
Alguna vez podrás decir: "aquí hubo un ángel y yo no lo sabía".
“Plenitud”. Amado Nervo.

¡Cuántas máscaras del “yo” andan sueltas por la vida! Porque yo entiendo que las máscaras son otra cosa que esas expresiones que adoptan nuestros músculos, de la cara especialmente, con las que expresamos una gama de sentimientos o de estados de ánimo que los demás perciben y que no siempre se corresponde con nuestro yo interior.
¿Por qué sonreímos cuando en nuestro interior nada sonríe? ¿Por qué mostramos seriedad cuando en nuestro interior se siente ternura o alegría? ¿Por qué sorpresa si ese acontecimiento ya lo esperábamos?
Las máscaras la hemos creado desde la infancia para…. ¿Protegernos? ¿Para vencer nuestros miedos? ¿Para ocultar nuestra vulnerabilidad? ¿Para qué?
¡Cuidado con las máscaras! Pueden no protegernos y sí confundirnos. Pueden levantar muros entre nosotros y los demás. Pueden levantar murallas entre nosotros y nuestros propios sentimientos, entre lo que demostramos y nuestros deseos, entre mi máscara y mi propia vida. ¡Cuidado con las máscaras! ¡No confundas ni te confundas!